Por Fabián Florella
No pocas veces el arte resulta para nosotros un refugio, funcionando en otras tantas como elemento sublimador del dolor; una fórmula que no por repetida resulta menos efectiva. Sucede también que, mientras en algunas ocasiones aparece como impensado y aliviador descubrimiento, en otras tantas somos nosotros quienes vamos presurosos en su búsqueda, ya sea por puro placer o como inconsciente e inevitable fuga de la pesada cotidianeidad.
Si hubiera debido elegir una receta magistral e infalible para esa pócima que cure todos los dolores de la vida, si me la preguntaran hoy, 4 de marzo de 2024 día en que cumpliría 87 años mi padre, extendería con suficiencia y hasta con aires de superación la prescripción con la fórmula, brindándole a quien la quiera su garantía de satisfacción.
El show que Jorge Mehaudy nos brindó el sábado pasado en el hermoso espacio del Centro Cultural La Trocha llena todos los casilleros de esa alquimia; los de la excelencia artística y musical, los de alegría y la participación colectiva, pero también los del amor y la gratitud.
Había que estar ahí. Lo percibimos todos los presentes cuando el maestro Héctor Romero comenzó a desplegar su perfecto y ensayado talento para que los mágicos sonidos de su guitarra flamenca comenzaran a conversar con el baile, el cante y las palmas de la enorme Carmen Mesa, una artista de esas que se devoran al público y al escenario con la naturalidad y la gracia de quienes, pareciera, han inventado lo que hacen.
Bendigo haber estado sentado allí en el coqueto auditorio municipal (decir sentado es una mera convención, porque la música nos sacaba a todos de nuestros sitios para ponernos a bailar y cantar) cuando Jorge comenzó a transcurrir por los acordes y la historia de la música sefaradí, de sus fusiones y sus instrumentos; de sus interpretaciones, sus idiomas, sus lamentos.
El espectáculo resultó la certificación -por si hiciera falta- de que nos encontramos frente a un artista mayúsculo, sabio y versátil; que tanto supo tomar la baglamá para ejecutarla magistralmente y extraer de ella sus dulces sonidos, como ponerse el traje de Jorge de Mercedes para hacer la etérea y elegante versión de su cumbia El Patotero; tanto pudo hacernos saltar y cantar todos juntos sus hits de los setenta como capaz fue de evocar con genuina emoción la reivindicación de su hispanidad o de arremeter con singular sentimiento las canciones en ladino que nos llevaron por los caminos que el pueblo sefardí debió transcurrir en su derrotero hacia la tierra de promisión.
Y a la par de brindarnos su arte con la generosidad de los elegidos se mostró en escena como un auténtico director de ese maravilloso espectáculo coral, en el que se encargó de ensamblar mágicamente las virtudes y las performances de una selección de artistas gigantes.
Como calificar sino al impar Marcelo Giorgione, otro de sus laderos de la gala. No en pocas ocasiones la percusión es el fondo, el marco; un lugar menor, puramente rítmico o efectista. No pasa eso cuando en el escenario aparecen artistas como el Tano.
La atmósfera se impregnó de los sonidos de sus instrumentos que naturalmente se fundieron y dialogaron con la voz de Jorge, la guitarra del maestro Romero y con los bailes de Carmen Mesa y de la bailarina de danzas medio orientales Eve Riquelme; llegando a su clímax en los logrados contrapuntos con los excelentes DrumRitmia, sus dirigidos.
Vamos a hablar de Eve Riquelme, si. Ya puse muchas veces impresionante en estas líneas? Va una más entonces. Y agreguemos impactante también. Verla “comerse” el escenario con su despliegue y el manejo a su absoluto antojo de cada centímetro de su cuerpo al ritmo de la música fue un deleite. Y supuso a la vez un contraste asombroso con esa mujer menuda y tímida que con sincera humildad agradecía nuestra admiración y nuestras felicitaciones en el final de show.
Así de brillante y consagratoria resultó también la participación de los artistas mercedinos. Los DrumRitmia Gonzalo Retegui, Facundo Ojeda, Luis Vivas y Juan Medina que, bajo la dirección de Giorgione,colmaron la sala con el color de su ritmo y la cadencia de sus golpes.
Y finalmente las modeladas y bellas voces de Ely Mehaudy, Andrea del Pópolo, Marcelo Pittoni y Santiago Bustos Berrondo que secundaron y vistieron con su armónico manto vocal lo que quizá fue el momento más emotivo de la velada: la interpretación de la bellísima “Un abrazo del destino” que el mismo Jorge compuso para reivindicar a sus ancestros y celebrar su adopción de la ciudadanía española, aquella que le fuera arrancada a sus antepasados con la promulgación del Edicto de Granada que significó la expulsión de los judíos de España.
Un espectáculo maravilloso. Una masterclass de arte. Un lujo de factura internacional que nos dimos en Mercedes con brillantes artistas locales y dos próceres de la música flamenca gracias a la generosidad y la pasión de Jorge Mehaudy.
Nos fuimos bailando y cantando detrás de Carmen, de Héctor y del resto de los artistas, con las manos rojas de tanto palmear y aplaudir, con el corazón lleno de música y de amor.
Y con la emoción del recuerdo para mi padre. La delicada y profunda sencillez de Jorge para homenajear la partida de un amigo, como fraternalmente lo evocó dedicándole el maravilloso poema de Luis Cané -otro mercedino en la noche por si hiciera falta- “Marzo”. Alberto era y se sentía su amigo, pero era también su admirador. Admirador de su talento, de su rebeldía y de su don de gente.
Marzo es, como dijo Jorge el mes del nacimiento de mi padre y de todas esas cosas que evoca Cané en su poema. Pero también es el mes del aniversario de su más grande obra, “Comunicación y Vida”, que por fortuna lo ha trascendido en la voz y el pellejo de Lucía, de Mario, de Maneco y de Florencia. Los idus de marzo comenzaron, pero aún no han acabado.
Fue en Mercedes, una noche de fin de verano, en un teatro popular, con un singular desborde de talento y con una deslumbrante alegría que llegó desde muy lejos, dentro del corazón de un artista que, con su enorme generosidad, nos la brindó a todos los que estuvimos ahí para gozarla.
Eternas gracias, Jorge. Necesitamos tanto, pero tanto de tu arte.