La mala educación
Por Fabián Florella
Sé de antemano que no hay ninguna razón para que yo escriba estas líneas a propósito de un discurso furiosamente reaccionario, clasista, vergonzoso, odiante y odioso. Un brutal ejercicio de crueldad que es un sello identitario de la fuerza gobernante de la Nación, cuyos representantes ejecutan sin pudor alguno y, hasta pareciera, con cierto orgullo. La carencia de ideas y de propuestas es suplida con violencia verbal y datos falsos.
Y sostengo que no hay ninguna razón porque jamás se retractarán ni pedirán disculpas. No será posible hacerlos reflexionar ni dar marcha atrás por más clamor popular que exista por cuanto, detrás de esos despreciables ejercicios de brutalidad hay una estrategia sostenida por una suerte de idea fundante, respecto del uso de la comunicación en todas sus formas, de la extrema derecha internacional de la que La Libertad Avanza forma orgullosamente parte.
La “industria del escándalo”, sostenida en la post verdad, las fake news, las teorías del complot, entre otras, que pretenden generar un estado emocional donde poco importan los datos, los argumentos y los hechos, son las vitales herramientas de este engendro ideológico.
Steve Bannon, gurú de esa derecha antidemocrática, fascista y escandalosa, los ha evangelizado: “La auténtica oposición son los medios y la forma de tratar con ellos es inundar la zona de mierda” es su lema.
Cuanta más podredumbre mejor, para convencer a los suyos de que todo lo que dicen sobre sus líderes es falso y entonces no deben sus seguidores creerle a nadie, solo a ellos. Una estrategia ideal para convencer a sus partidarios de que solo deben aceptar como cierto aquello que confirme sus ideas o sus prejuicios.
A pesar de todo eso y de las muchas evidencias del sadismo y la perversión que parece ser la condición necesaria y suficiente para revistar en el mileísmo, puede más la repugnancia y el estupor por lo escuchado que cualquier racionalización sobre los motivos de lo dicho y no puedo evitar reflexionar sobre el asunto.
El discurso al que me refiero, pronunciado en nuestro Concejo Deliberante por una representante de La Libertad Avanza, aparece contemporáneamente -no es casual- con el anuncio del Presidente de la Nación del veto a Ley de Financiamiento a las Universidades Nacionales que ha provocado la reacción de toda la comunidad nacional, universitaria o no, y que se traducirá -no tengo dudas- en una multitudinaria marcha de rotundo rechazo a esa decisión el próximo miércoles.
¿Hace falta decir que no es cierto que la universidad pública y gratuita sea una suerte de lago donde flotan alegremente y sin alcanzar la orilla la mayoría o gran parte de los jóvenes que quieren tener acceso a esa puerta a la movilidad social ascendente única en el mundo y que aún nos distingue?
Claro que no. Pero si fuera necesario apunto un solo dato: entre 2002 y 2023 se duplicó el porcentaje de mayores de 24 años con título universitario en argentina (https.//unr.edu.ar/se-duplico-la-cantidad-de-graduaduos-universitarios/). Hay otros cientos de miles de cifras para corroborar el éxito y la excelencia de la universidad pública, que conserva el 80% del total de la matrícula universitaria.
Es también una mentira ramplona que los jóvenes pobres carecen de capacidad intelectual para afrontar la educación de grado. No nos van a convencer con la falsa meritocracia, con la exacerbación del individualismo, con la mercantilización del conocimiento y de la vida. No es una cuestión de capacidades, sino de oportunidades que, la más de las veces, tienen que ver con un contexto social y económico más que con la capacidad de los alumnos o la calidad de la educación pública.
Lo que necesitan nuestros niños y jóvenes es que el Estado, los estados, sostengan las políticas y los presupuestos que durante tantos años nos aseguraron una educación pública primaria y secundaria muy por encima de la educación privada.
No es cierto que los jóvenes pobres no pueden acceder a la universidad. El Dr. René Favaloro, de padre carpintero y madre modista, es solo un ejemplo. Abundan cientos más en nuestra ciudad, muchos de ellos gracias al gran aporte municipal a esa educación pública que es la Casa del Estudiante en la ciudad de La Plata y merced a la cual se han forjado en nuestro medio una gran cantidad de profesionales que son primera generación de graduados universitarios en sus familias.
El mantra de que la Argentina es un país pobre siempre aparece como justificación de los gobiernos antipopulares, ya sea como en este caso para negar el financiamiento universitario como cuando se discute cualquier política o derecho en beneficio de las mayorías. Sabemos, seguramente ellos también, que el nuestro no es un país pobre sino un país rico -riquísimo- con una pésima redistribución de esa riqueza, que viene desde el inicio de nuestros tiempos, y cuya brecha fue agigantándose en todas y cada una de las experiencias liberales y neo liberales padecidas.
La economía nacional tiene el raro privilegio de ser la líder del ranking en materia de fuga de capitales: Según el INDEC, hay actualmente 400.925.000.000 de dólares fuera del sistema financiero nacional en poder de argentinos, entre públicos y privados, el dato corresponde al primer trimestre de 2024. Más de cuatrocientos mil millones de riqueza que se generaron en nuestro país y que se encuentran fuera del sistema. La mayoría de ellos, además, sin reportar ningún tributo al fisco en tanto no se hallan declarados.
Y por si fuera poco, la Argentina tiene en exceso los recursos que, por escasos, demanda el mundo (alimentos, petróleo, litio, agua potable) y los recursos intelectuales reconocidos a nivel global, parte de ello gracias a la excelencia de la inversión pública en ciencia y educación.
La decisión de retacear el dinero a la educación pública para destinar todos los recursos del Estado a pagar la deuda con el FMI tomada y dilapidada en seis meses por otro sátrapa de la derecha argentina con el mismo impresentable ministro de economía que hoy decide nuestros destinos, es toda una declaración de principios.
Lo es también la decisión de bajar la alícuota de bienes personales -un impuesto de los “buenos” de los denominados “progresivos”, en tanto pagan los que tienen un cierto patrimonio y más pagan los que más tienen- desde un 2.25% hasta un ridículo 0,25% en 2027 y vetar la movilidad jubilatoria. Según la Oficina del Presupuesto del Congreso el Impacto fiscal de la ley vetada era del 0,43% del PBI, mientras que con la baja del impuesto a los Bienes Personales el estado deja de recaudar el 0,61% de ese Producto Bruto.
No somos entonces un país pobre y nuestro sistema universitario, aún perfectible por supuesto, es uno de nuestros mayores orgullos.
No nos engañan. Bajo esas estrafalarias vestimentas, pretendidamente nuevas, llevan los ropajes conservadores y clasistas de siempre, los del viejo conservadurismo; los ya conocidos pensamientos jerárquicos de inmovilidad social, donde quien nace pobre debe morir siendo pobre y los ricos más ricos y con mejores negocios.
Por eso se rebelan, si a eso se le puede llamar rebeldía, a imagen y semejanza de la Inquisición, contra la Ilustración. No quieren al pueblo ilustrado, no quieren que los pobres accedan a la educación porque saben que es la más poderosa arma para combatir la desigualdad.
La violencia de la mentira no debe paralizarnos, los discursos de odio no deben atomizarnos, desmovilizarnos ni desmoralizarnos. Si, como pregonan, quieren arrasar con una construcción colectiva y un bien social del tamaño y del simbolismo que tiene para el pueblo argentino la educación pública, no tengo dudas que seremos muchos millones los que una vez más les diremos que no pasarán.