DESDE TAN LEJOS Y TAN CERCA
Por Fabián Florella
Escribir sobre mi ciudad desde tan lejos y a la vez tan cerca, hablar de la ciudad que dejé y que visito más que habito, significa asumir los riesgos que por fortuna no dejan de impulsarme. Espero entonces, frente a cualquier desatino, poder volver airoso de esa mirada siempre miope, pero ahora tal vez algo desactualizada.
Y es un hermoso desafío hacerlo hoy, que no es un día más para la ciudad, ni lo es para mi que lo siento como un segundo cumpleaños, pero esta vez de todos nosotros.
Tal vez por eso no voy a hablar, no puedo hablar, de la ciudad que conozco sino de la que siento, de la Mercedes que hacemos y somos, tanto como aquellos primeros 53 mercedinos que en 1752 se instalaron a pocos metros de lo que luego fue la casa donde nací.
Una ciudad es, nada descubro, de los que allí hemos nacido y de los que la habitan; de los que la hicieron y los que la hacen cada día. Es en definitiva de todos aquellos que la tenemos como una marca identitaria, una carta de presentación, una referencia.
Nuestra ciudad tiene un sino particular en la rendonda cifra métrico decimal que la separa de la Gran Ciudad, y no pocas veces es mirada a la luz de ese espejo que todo lo deforma, de una estación de trenes que estuvo siempre al inicio y a la vuelta de casi todo.
Pero tengo para mi que en la plaza de Mercedes aún pueden verse brillar los zapatos, aunque no sean tan modernos, y también definirse igual que antes, rápidamente y para siempre, a ganadores y perdedores.
Esta ciudad que son tantas, la del invierno y la del verano; la de los corsos y choripán, la de los plátanos y las golondrinas.
Se me ocurre que también hay una ciudad de centro, café y de sábados a la mañana; otra de bochas, fútbol, clubes de barrio y sillas en la calle para tomar fresco.
La altanera de las fiestas de egresados y la bulliciosa de los días del estudiante; la del arte y la del Parque Independencia. Hubo una de helados y churros de Aloisio; habrá siempre una de facturas deliciosas de todas las panaderías.
Hay una Mercedes radiante y plural; otra sórdida y oscura; hay una ciudad que ama el río y otra que lo sufre.
Nos duele la de los márgenes, sufriente, dolorida, pobre, inundable, desamparada. Y olvidada en las evocaciones aunque cada vez más presente y más atenta.
Hay una Mercedes que otrora fue de puro barro y que hoy luce su orgulloso asfalto.
Nuestra ciudad es esa, la que nos dio lo que pudo y lo que supo, la que tal vez también nos ocultó, nos odió, nos invisibilizó y se rió de nosotros.
Y la de la tragedia. Pues, pese al gran esfuerzo que han hecho y hacen tantos valiosos mercedinos, es la ciudad que siempre prefirió el silencio frente a crímenes del terrorismo de estado, y calló de igual modo los nombres de los verdugos. Los veintidós 22 muertos y desaparecidos nos siguen doliendo, tanto como el dolor de aquellos vecinos que han podido sobrevivir al infierno.
Debe haber también un ser mercedino, como en cualquier otro lugar. Nosotros hemos de ser aquellos que presumimos de nuestra expertiz para reconocer un buen salame quintero y a la par repetimos a quien quiera oírnos el mito aquel de que la ciudad está en un pozo.
Hay muchos que hablan del brillante pasado perdido y somos muchos más los que pensamos siempre que mañana es mejor. Estarán infaltablemente los que añoran la aldea pequeña, pero por suerte somos más los que queremos crecer.
Nuestro hermoso presente es ésta joven, generosa y sabia nueva dirigencia que nos viene a ofrecer sus mejores años y sus corazones para construir la mejor y más igual ciudad que yo jamás vi.
Cada quien tiene dentro suyo su Mercedes. La mía tiene el perfume de los tilos de la Plaza San Luis, el silencio de las siestas apenas rasgadas por el grito solitario del heladero; es la bicicleta y los bosillos vacíos; son las interminables noches de la adolescencia, el camino a la escuela y la habitante de aquel guardapolvos tableado.
Pero por sobre todas las cosas es la sonrisa de mi hija, que está allí iluminándolo todo.
Brindo por Mercedes, La Valerosa, La Atrevida, La Invencible.

Muy lindo. Nos malacriás.
NO LO HABÍA LEÍDO, NUNCA ES TARDE PARA DISFRUTAR DE TAL RADIOGRAFÍA DE MI CIUDAD. SIEMPRE ES LINDO LEER A UN PAPÁ ORGULLOSO DE SU HIJA. GRACIAS FABIAN POR COMPARTIR TU PENSAR Y TU SENTIR