Llamo a la juventud

Por Fabián Florella

 

“Sangre que no se desborda, juventud que no se atreve, ni es sangre, ni es juventud, ni relucen, ni florecen. Cuerpos que nacen vencidos, vencidos y grises mueren: vienen con la edad de un siglo, y son viejos cuando vienen.”

(Miguel Hernández, “Llamo a la juventud”)

 

 

La elección del voto de ningún modo es, no puede ser, el mecánico acto de tomar una papeleta, introducirla primero en el sobre y luego éste en la urna para dar allí por terminado un trámite al que nos obliga la civilidad.

Por el contrario, la decisión es un complejo mecanismo de sentimientos y sensibilidad apuntados a conseguir el cambio hacia la sociedad que pretendemos y en el que intervienen nuestra historia y, siempre, nuestra ilusión.

Soy parte de un colectivo, de una generación, que vivió y participó de la recuperación de la democracia, no exenta ella de vaivenes, sustos y claudicaciones, especialmente por las bravuconadas de los llamados “carapintadas” que derivaron en las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, finalmente derogadas en agosto de 2003.

Soy parte de ese colectivo -una inmensa mayoría- que se formó en la educación púbica y que creció en el llamado estado de bienestar. Niños y adolescentes cuyas vidas pasaban alternativamente por clubes, colonia de vacaciones, potrero y plaza, lugares en donde solo bastaba que los otros supieran tu nombre para jugar y ser parte.

Mal podemos entonces, todos quienes hemos sido beneficiados (también igualados e incluidos) por esas políticas públicas, elegir como nuestros representantes a quienes prometen meter bala, entrar a los barrios populares con ametralladoras o reprimir reclamos.

Mal podemos nosotros entonces, defensores a ultranza del Estado de Derecho que tan trabajosamente afianzamos, votar a quienes quieren avasallarlo con militares en la calle y supresión de garantías constitucionales.

Menos aún podríamos, en el universo laburante en el que transcurrimos, profundos admiradores del Dr. Norberto Centeno -autor del anteproyecto de la actual Ley de Contrato de Trabajo 20.774, cobardemente asesinado en La Noche de las Corbatas- elegir a aquellos que pretenden quitarle a los trabajadores argentinos los derechos que con tanta lucha y tanto esfuerzo se han conseguido y defendido: la protección contra el despido arbitrario, la ultraactividad de los contratos de trabajo, el aguinaldo, las vacaciones y hasta la participación en las ganancias empresarias por parte de los trabajadores, entre tantas conquistas que hoy se pretenden (por algunos) privilegios. Las promesas flexibilizadoras de los Bullrich, Milei, Sica, Larreta y toda la pléyade de neoliberales, de aplicar viejas y fracasadas recetas hambreadoras, nos provocan el espanto del retroceso a mundos indignos.

Mucho menos podríamos, como “hijos” de las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo, máximas exponentes de la dignidad y la lucha por la memoria, la verdad y la justicia, aceptar que vamos a compartir espacios públicos con genocidas, secuestradores de niños, ladrones de botines de sus víctimas, y mucho menos aún aceptar el maniqueo “revisionismo” de siniestros personajes como Victoria Villaruel o la mismísima Bullrich.

De ningún modo podremos tampoco elegir, quienes hemos tenido la posibilidad de asistir a la Universidad Pública, libre y gratuita; en muchos casos siendo primera generación universitaria de una familia de trabajadores, aceptar que mercantilice la educación o que se retorne al arancelamiento de las universidades públicas que el gobierno popular anuló allá por noviembre de 1949 mediante el Decreto 29.337.

Así tampoco podemos aceptar, quienes creemos en los proyectos colectivos y en la solidaridad, quienes pregonamos que la Patria es el otro y aborrecemos de la salvación personal, quienes entendemos que por cada argentino que logra el éxito en soledad -presentado por la hegemonía político mediática como ejemplo de las bondades de la meritocracia- hay cientos de miles que se hunden en la pobreza, escoger a aquellos candidatos que nos quieran convencer que el esfuerzo individual es el único y mejor camino al éxito.

Por supuesto que sabemos que no es fácil convencer, que, como sabiamente dice Jorge Alemán, “las nuevas derechas ultraliberales saben que el neoliberalismo ha producido en grandes sectores de la población una desconexión con los legados históricos” y también sabemos que se han encargado, a través de su aparato propagandístico, de instalar los fracasos de las políticas que ellos pregonan como fracasos de “la política” sin más.

Pero nos sobran ejemplos para convencer. Nuestra ciudad es el ejemplo, sus dirigentes y las políticas públicas que llevaron adelante lo son. Desde aquellas que permiten una niñez digna y una educación igualadora, pasando por las que transformaron nuestra ciudad con obras de infraestructura, con asfalto y con vivienda; y, luego, también aquellas que aseguran los derechos y el disfrute en la vejez.

Ojalá podamos convencer a tantas generaciones de jóvenes de que se ilusionen con los proyectos populares que benefician a amplias mayorías. Confiamos en su fuerza y su capacidad de, también ellos, convencer a quien quiera oírlos que solo los gobiernos que amplían y mejoran derechos pueden generar los cambios que nos proporcionen una vida mejor, una ciudad y un país más justo.

Estamos convencidos nosotros e intentarlo es una hermosa lucha que no abandonaremos, pues, como decía aquel joven valiente poeta de Orihuela: “Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes guerras. Tristes armas si no son las palabras. Tristes, tristes. Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes, tristes”.